11: PROPUESTA PARA FOMENTAR LA LECTURA EN EL AULA
Desde que comencé mi andadura
por el mundo de la teoría de la literatura, han sido numerosas las veces en las
que me he topado con el mismo escenario. Alguien a quien acabo de conocer me
pregunta sobre mis estudios, yo contesto y se produce entonces un acto de
confesión, entre la timidez y la vergüenza, en el que mi interlocutor reconoce
que es incapaz de leer un libro. En un mundo hiperconectado, rodeados de
aparatos tecnológicos que nos convidan constantemente a consumir sus servicios,
es sumamente difícil lograr que nuestra atención se centre en el carente
atractivo estético del negro sobre blanco. A pesar de las peculiaridades de nuestros
tiempos, sería injusto decir que nuestros jóvenes no leen. De hecho, según
señalaba El Periódico en 2019, nuestros chicos y chicas de entre 10 y 14 años son
auténticos devoradores de libros. El problema comienza a partir de los 15,
cuando el hábito de la lectura deja de formar parte drásticamente de las vidas
de muchos de ellos. A veces desde el ámbito literario se tiende a caer en
falsas añoranzas de tiempos mejores -falazmente, ya que el mundo nunca ha estado
tan alfabetizado como ahora-, a lanzar improperios contra la digitalización de
los libros y a elevar la actividad literaria a altares que la alejan de lo cotidiano,
de su carácter recreativo, de nuestras propias vidas, en definitiva. Pero la
posmodernidad, época en la que habitamos todos indefectiblemente, lleva décadas
evidenciando la inconmensurabilidad de la literatura en un objeto físico. Se ha
desbordado no sólo de los espacios propios de su disciplina, sino también de
los lugares mismos de la ficción: inunda nuestras vidas, está en nuestras
conversaciones, en la configuración de nuestra identidad digital, en la
publicidad, en la representación, en el espectáculo en que, según Guy Debord, se
ha convertido nuestra relación con el mundo. Me gustaría que mis clases fuesen
un espacio para adentrarse en la literatura desde el afuera, desde la cotidianidad,
desde la universalidad de nuestras experiencias, y que poco a poco fuesen
deslizándose los textos entre las ranuras de todas esas elucubraciones.
Imaginemos el perfil que se hubiera creado Alejandra Pizarnik si hubiese vivido
en nuestros días y recreémoslo, pensemos en lo que hubiese tuiteado Roberto
Bolaño mientras trabajaba de guardia nocturno en el camping Estrella de mar y escribámoslo,
extraigamos la literatura de las historias de los videojuegos, de las series de
Netflix, de las noches de fiesta cargadas de realismo mágico o poesía
confesional. Después, quizá, algún adolescente abrirá un libro y se verá a sí mismo,
o se extrañará lo suficiente como para desear activar otros devenires en el
despliegue de su condición humana.
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