3: MIRANDO AL NORTE


 Siempre que en este país se trata la cuestión de los nefastos resultados de nuestro modelo educativo, alguien decide sacar a la palestra el caso de Finlandia como si allí se encontrase la solución a todos nuestros males. Los números parecen no dar lugar a dudas: en Finlandia la tasa de abandono escolar se sitúa en torno al 8%, mientras que en España la cifra ronda el 16%, posicionándose como el segundo país con el porcentaje más elevado de toda la UE, sólo por debajo de Malta. Según el gobierno finlandés, su éxito educativo se basa en los siguientes pilares: la igualdad de oportunidad -el estado garantiza la gratuidad de recursos como el material escolar, el desplazamiento o la educación especial-, la exhaustividad de la educación -garantizando que en las aulas haya alumnos de diversas capacidades y clases socioeconómicas distintas- , la elevada formación de sus profesores, el refuerzo de la educación para personas con necesidades específicas, la evaluación continuada del rendimiento, la independencia de los centros para desarrollar sus estrategias de acuerdo a sus peculiaridades y objetivos, la importancia de la educación en la sociedad, la flexibilidad de la enseñanza, la cooperación entre todos los niveles -organizaciones de profesores, colegios profesionales y dirección de los centros-, y una metodología activa y orientada a los estudiantes. Estas son, a priori, metas no solamente deseables para cualquier país en búsqueda de mejorar su sistema educativo, sino también fácilmente asumibles. Pero pretender emular un modelo que se ha desarrollado en un contexto cultural y económico tan distinto al nuestro puede resultar arriesgado, sobre todo si no se lleva a cabo un estudio previo en profundidad que dé cuenta de cuáles son las verdaderas carencias que presenta nuestro país en esta materia. Para empezar, poco puede hacerse con una inversión en educación tan escasa: tan sólo el 4,21% del PIB español en 2020. Sin dinero no hay recursos ni medios para que los alumnos reciban una atención más personalizada, se tengan en cuenta sus condiciones y capacidades y se actúe con cada uno en función de ellas. A esto se le suma el desolador panorama laboral con el que se topan los estudiantes cuando terminan sus estudios: un 40% de paro, contratos precarios, enormes dificultades para la conciliación, sueldos míseros y alquileres prohibitivos. Así que, visto lo visto, lo mejor sería empezar por acabar con la desigualdad social, ofrecer un futuro digno y feliz a los jóvenes y cuidar de su salud mental. Y luego ya, si eso, miramos al norte.

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